Colette.
Así pues, como compañeras tuve, tengo aún, a Claire (suprimo el apellido), mi hermana de primera comunión, una niña dulce, con bellos ojos tiernos y almita novelesca, que se ha pasado todo su tiempo de colegiala enamoriscándose cada ocho días (¡platónicamente, claro!) de un nuevo chico y que, incluso ahora, no espera sino prenderse del primer imbécil, subcapataz o inspector de carreteras dispuesto a hacerle una declaración "poética".
Luego está la grandullona de Anaïs (quien conseguirá sin duda franquear las puertas de la Escuela de Fontenay-aux-Roses, gracias a una prodigiosa memoria que le hace las veces de verdadera inteligencia), fría, viciosa, y tan imposible de emocionar que jamás enrojece, ¡feliz criatura! Posee verdadera ciencia para la comicidad y a menudo me ha puesto enferma a fuerza de reír. Tiene el pelo ni rubio ni moreno, la piel amarillenta, sin color en las mejillas, pequeños ojos negros, y es larga como el tallo de una mata de guisantes. En suma, alguien en absoluto banal; embustera, tramposa, zalamera, traidora, la larguirucha de Anaïs sabrá abrirse camino en la vida. A los trece años escribíay daba citas a un mocoso de su edad; la cosa se supo, y corrieron historias que conmovieron a todas las crías de la escuela, salvo a ella. También están las Jaubert, que son hermanas, gemelas incluso, buenas alumnas, ¡buenas alumnas, ya lo creo!: las desollaría de buena gana de tanto como me irritan con su obediencia y su bonita letra y su bobo parecido, caras fofas y apagadas, ojos de borrego llenos de dulzura lagrimeante. Siempre trabajando, siempre sacando buenas notas, decentes y solapadas, apestando a cola fuerte, ¡puaf!
Y Marie Belhomme, un poco mema pero ¡tan alegre! Razonable y sensata, a los quince años, como una niña de ocho algo atrasada para su edad, abunda en ingenuidades colosales que desarman nuestra maldad y nos obligan a quererla; digo todas las barbaridades que puedo delante de ella, porque primero se escandaliza, y un minuto después se está riendo a mandíbula batiente, alzando sus largas y finas manos, "sus manos de comadrona", como dice Anaïs, la grandullona. Morena y mate de ojos negros, rasgados y húmedos, Marie se parece, con su nariz desprovista de malicia, a una bonita liebre asustada.
Un fragmento de "Claudine en la escuela", de Colette.
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