miércoles, 15 de diciembre de 2010

El niño triste.

    
 These New Puritans.

    Esta es la historia del niño triste. El niño triste era pequeño, tan pequeño que si no fuera porque su tristeza lo invadía todo a su paso nadie se habría percatado de su presencia. Cuando parecía que ibas a pisarlo, porque estaba bajo tus piernas y no lo habías visto llegar, te topabas de frente con su mirada, esa con ese halo de melancolía tan característico que no podía ser de otra persona persona más que del niño triste, y entonces impregnaba toda tu visión y no podías mirar otra cosa que no fuese esa pequeñita silueta que se dirigía torpemente por cualquier calle, sin ningún destino concreto, con movimientos atolondrados y denostados.

- ¡Ey, niño triste!
- Señor, ¿por qué me llama niño triste?
- Porque eres un niño triste y tu nombre hace honor a esa característica.
- Yo no soy triste y, además, tengo un nombre. Un nombre verdadero.
- Niño triste, ¿cuál es ese nombre? 

    Pero el niño triste no pudo contestar, porque tenía la costumbre de no hablar con nadie y, por eso, al no usar su nombre había acabado olvidándolo. He olvidado mi nombre porque nadie me ha llamado nunca, qué triste estoy, se dijo, y corrió sin rumbo alguno. 

    El niño triste era pequeño, tan pequeño que su tristeza le dolía más que a una persona normal - o, mejor dicho, que a una persona más grande que él - . Y es que al tener un cuerpo tan pequeñito el dolor no tenía más remedio que apretarse para poder permanecer dentro de él. ¡Y cuánto dolía! porque si el niño triste hubiese sido un poquito más alto, o más ancho, el dolor habría podido expandirse y así habría sido más inocuo, pero el niño triste era tan pequeñito que se entristecía constantemente por tener que albergar tanta tristeza en un tamaño tan minúsculo.

    Yo no soy triste, se dijo. Y así, para demostrarlo, comenzó a jugar con los niños del parque. Niño triste, lanzas los dados como si fueran lágrimas. ¡Hacen el mismo ruído que un llanto y mojan el tablero!, le dijo uno de sus nuevos amigos. Y el niño triste lloró porque avanzar según la incertidumbre del azar de unos dados le pareció demasiado triste. ¡Nunca llegaré a la meta y quedaré encarcelado en este frustrante tablero!, chilló mientras lloraba inundándolo todo.

- Niño triste, si lloraras en un agujero podrías hacer un mar y así navegaríamos en mi barquito.

    Como el niño triste quería poseer amigos y no le apetecía más que llorar por esa necesidad que consideraba irracional lloró en el agujero que le indicó el niño del barquito. Lloró tanto que le dolieron los párpados y sus mejillas se enrojecieron del contacto con la sal de las lágrimas. Niño triste, llora un poquito más para que suba la marea, le dijo el niño del barquito mientras navegaban los dos sobre la pequeña embarcación. Pero el niño triste no podía hacerlo, pues había gastado todas las lágrimas que tenía almacenadas.

    El niño triste aprendió a reír. Y qué maravilloso era, porque nunca antes lo había hecho, ni siquiera cuando era más pequeño que ahora y lo llamaban bebé. Pero de tanto reír en el barquito se le olvidó que había derramado todas sus lágrimas y no había guardado ninguna, por lo que el mar acabó secándose. Niño triste, llora para que podamos navegar y reír, le dijo el niño del barquito muy preocupado por la sequía del mar. Y el niño triste se sintió tan vacío que habría podido tumbarse en la barquita y permanecer así hasta morir de inanición.

    El niño triste era pequeño, tan pequeñito que cuando se sentía vacío era como si su diminuto cuerpo no existiera. Como si ese tamaño tan enano fuese el culpable de su invisibilidad para el mundo. Soy tan pequeño que si no existiese a nadie le importaría, se decía. Y así fue como el niño triste dejó de ser triste, puesto que no tenía ni una lágrima para derramar y no podía llorar frente a todos los que le llamaban niño triste. ¿Quién es ese pequeño niño que siempre está con la mirada perdida?, preguntaban a veces los más curiosos. Ah, ese es el niño triste. Ah, no... ya no lo es porque no llora, contestaban. 

    El niño triste era pequeño, tan pequeño que cuando dejó de llorar la gente se olvidó de él. Una personita tan diminuta que no hacía nada de ruido era fácil de olvidar. Ya no está triste, pensaron todos, pero en realidad el niño triste lo era más que nunca. Quiero volver a llorar, quiero volver a sentir que hay algo vivo en mi interior, aunque no sea más que pena, se decía entre su perenne vacío...

5 comentarios:

  1. me parece un final triste pero un cuento hermoso... quede maravillado, felicidades me ha gustado bastante.

    saludos!!

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  2. Me encanta tu manera de expresar esa tristeza que en un momento dado nos impregna a todos y nos hace encoger y ser pequeñitos, como el niño triste. Esa soledad y ese vacío que llegan tras una gran tristeza, que nos hace seguir sin rumbo y fáciles de olvidar. Ahora bien, quizá el niño triste dejé atrás su tristeza, cuando al fin vagando encuentre un camino que le devuelva la sonrisa ;)
    besazosss me encantooo :*

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  3. Conozco una niña triste, tan triste como el niño triste, y su tristeza se ha convertido en su forma de vida y aunque lo consiga todo nunca ha sido ni será feliz, porque no quiere serlo, porque es como ella quiere ser y esto es triste.

    Me ha encantado tu historia.
    La niña triste de la que hablo no soy yo, es mi madre.

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