miércoles, 7 de julio de 2010

Sin paraguas.

     
 St. Vincent.


    Las aglomeraciones de gente me provocan miedo. Todavía no entiendo la forma de festejar la victoria de un equipo de fútbol. Ruido, ruido y más ruido. ¿Hay algo más terrorífico que andar por la calle durante una de estas celebraciones? Gritos, banderas ondeando en el viento, coches presionando sus motores, saltos, niñas impúberes con las caras pintadas y las camisetas de la selección remangadas, niños con los que tienes que bajar la vista para verlos corriendo y berreando, sonidos punzantes de pitidos... Hoy más que miedo lo que he experimentado ha sido terror. "Por favor, quiero llegar ya a mi casa", es lo único que sonaba constantemente en mi cabeza. "Que pase ya..."

    Pero una madre conduciendo lenta y silenciosamente su coche, con sus dos hijos pequeños en el interior, cada uno en una ventana y mirando cómo sus banderas se movían al son del viento me ha punzado el corazón. He descubierto que dentro del infierno viven pequeñas cosas bonitas, diminutas y desapercibidas para la mayoría de los seres, pero ahí están. Y he pensado en mi madre.

    A las madres solemos echarle la culpa de todos los males que nos suceden en nuestras vidas. Es como si por el simple hecho de concebirnos y parirnos estamos en pleno derecho para hacerlo. Pero, en el fondo, siempre han buscado, y buscarán, lo mejor para sus "crías". Tal vez, aunque una madre deteste el fútbol, montará a sus dos hijos en su coche y los paseará con dos banderas.

Mi madre siempre ha dicho que tiene un sueño que quiere cumplir antes de morir. Su deseo puede parecer tan pueril que muchos la tacharían de infantil, pero ella también vive de pequeñas cosas (o al menos en este punto.) Ella quiere saltar una y otra vez en un charco y mojarse completamente. Si a mí no me costara tanto mostrar mis sentimientos en un día de lluvia le diría: "Vístete de gala que nos vamos a la calle". Y cuando esuviéramos bajo el paraguas se lo quitaría y le alentaría para que se mojara, "salta, salta, salta hasta que te mezcles con los charcos", le chillaría.Y ella diría que no, pero después acataría mi sugerencia y sería feliz, por primera vez en mucho tiempo reiría de verdad. "Te quiero", le susurraría, y los dos, mojados, nos abrazaríamos. 

    Pero como me siento desnudo y desprotegido cuando muestro abiertamente mis sentimientos ,simplemente, cuando llueve, le digo: "se nos ha olvidado el paraguas, corre."

5 comentarios: