jueves, 9 de septiembre de 2010

Una última página.


 Liv Ullman.


    Muchas veces hablan de niñas asesinadas e, instintivamente, a la opinión pública se le congela el corazón  permaneciendo así durante meses, como si sus bombeantes y sangrantes órganos hubiesen decidido instalarse en un distante y denostado congelador. Suelen ser niñas rubias, y si no comparten el cabello de esa clareada tonalidad sí que lo hacen sus rasgos delicados e infantiles. ¡Qué guapa que era!, siempre se dice eso de ellas; da igual cuál sea su nombre, dirección o rostro, siempre y, cuando digo siempre, me refiero a que no hay excepción alguna, todas son guapas y se sobrentiende que tenían un excelente futuro por delante. Si ahora pudiera hablar con total libertad y se me escuchara, como sucedía antes del macabro acontecimiento, le diría a todo el mundo que ninguna de ellas poseía ese futuro del que hablan y que, muchísimo menos, nunca habían pensando en vida en el destino que todos pensaban que podrían tener. 

     Cada uno aquí es diferente, pero se empeñan en cortarnos sobre el mismo patrón. La mayor parte de las que hay aquí podrían haber sido unas triunfadoras si no las hubiesen privado de su existencia pero otras muchas hubiesen acabado mendigando, llorando sus fracasos y lamentándose de toda su biografía e, incluso, habría alguna que podría haber provocado una guerra mundial. No todas aquí desprenden bondad y ternura, las hay con el corazón lleno de odio, como las olvidadas. Somos una lista, y nos meten en una cajita, ordenadas, facturadas, clasificadas. Hasta que aparecen nuevas adquisiciones y las que llevan más tiempo en lista son expulsadas de su posición de honor. Fuera de la cajita, les dicen, tenéis que dejar paso a las nuevas, les increpan. Y nos odian. Si pudieran nos matarían pues, por dentro sólo cosechan maldad, la que tenían en barbecho en la cajita. Aunque lo más seguro es que me equivoque y tal vez sea este sitio el que las vuelve malvadas...

     Los muertos, aunque todos los vivos nos recuerden de la misma forma, somos muy distintos. Muchos lloran, sin saber por qué y hasta cuándo lo harán, haciéndolo de la misma manera en la que en vida acudían a sus trabajos. Otros fallecidos nos sumimos en el silencio para poder pensar, aquí todo es silencioso a excepción de nuestros pensamientos; este lugar es un arrullo de la reflexión, el sitio que habíamos buscado tanto en vida para balancearnos y dormir. Detesto ver mi imagen en los periódicos, detesto ver mi silueta en movimiento una y otra vez sobre las pantallas de los televisores pero, sobre todo, detesto que la muchedumbre considere que su injusticia es la mía. Nunca he pensado en que me mataron y en que eso fue ilegítimo. En la vida todos tratan de vengarse de una u otra forma de lo sucedido, pero a mí no me importa.  

     Puede resultar inocuo o pueril pero yo sólo quiero averiguar qué sucedía. Y no pienso en mi vida, ni en lo que podría haber sido ni en cómo podría haber acabado, sólo pienso en la vida de mi protagonista. Constantemente pregunto por el final a todos con los que me encuentro por aquí, ninguno lo sabe, ya ni si quiera me contestan; el paso del tiempo en este lugar también es traicionero. Recuerdo que leía, que devoraba cada página y cerca del final sucedió, podría haber escapado al escuchar la puerta abrirse pero sólo quería saber qué encontraría en la última hoja. Preferí presentarme a escapar porque, unos minutos más allí y tal vez el tiempo jugara a mi favor permitiéndome llegar hasta el desenlace. Y ahora, al igual que a los vivos les sucede con mi final, me ataladra en el pecho saber qué aconteció. Pues, aunque no fuese más que alguien creado por una pluma y unas manos, para mí sigue siendo más real que la propia existencia. La mía. La robada.



Perfume Genius - "Mr. Peterson"

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