miércoles, 8 de septiembre de 2010

Dos uñas de pie.


 Frou Frou.
 

"Nos encontramos, decía la señorita Pioch después de haber llorado, en el tranvía. Yo volvía del negocio - posee y dirige una excelente librería -, el coche estaba repleto, y Willy - ése era el señor Vollmer - me pisó con rudeza el pie derecho. Yo no podía aguantarme de pie; fue un amor a primera vista. Mas como tampoco podía andar, él me ofreció su brazo y me acompañó o, mejor dicho, me llevó a casa y, a partir de aquel día, cuidó tiernamente de aquella uña del pie que con su pisotón se me había puesto azul negruzca. Pero también en lo demás se comportó con mucho cariño, hasta que la uña se me desprendió del dedo gordo derecho y nada se oponía ya al crecimiento de una uña nueva. A partir del día en que se me cayó la uña mala, su cariño empezó a enfriarse. Sufríamos los dos por efecto de aquel decaimiento. Y en esto me hizo Willy, porque seguía queriéndome y también porque los dos teníamos mucho en común, aquella espantosa proposición: Deja que te pise el dedo gordo izquierdo, hasta que la uña se ponga azul rojiza y luego azul negruzca. Yo accedí y él lo hizo. Instantáneamente volví a entrar en posesión de su amor y pude saborearlo hasta que la uña del dedo gordo izquierdo se me cayó también cual hoja seca. Y nuevamente nuestro amor se hizo otoñal. Ahora quería Willy volver a pisarme el dedo gordo derecho, cuya uña había crecido entretanto, para poder seguir amándome de nuevo. Pero yo no lo permití y le dije: si tu amor es verdaderamente grande y sincero, ha de poder sobrevivir a una uña de dedo gordo. Pero él no me comprendió y me dejó. Después de varios meses, volvimos a encontrarnos en una sala de conciertos. Pasado el intermedio, y comoquiera que a mi lado había un lugar vacío, él se vino a sentar conmigo sin que yo se lo pidiera. Cuando durante la Novena Sinfonía empezó a cantar el coro, deslicé hacia los suyos mi pie derecho, del que previamente me había quitado el zapato. Él pisó y yo logré no perturbar el concierto. Después de siete semanas, Willy me abandonó de nuevo. Dos veces más pudimos todavía pertenecernos mutuamente por espacio de algunas semanas, porque en dos ocasione le tendía una vez el dedo gordo izquierdo y luego el derecho. Hoy tengo los dos dedos hechos una lástima. Las uñas no quieren crecer ya. De vez en cuando cuando Willy viene a visitarme, se sienta a mis pies sobre la alfombra y contempla conmovido y lleno de compasión para conmigo y para con él mismo, pero sin amor y lágrimas, las dos víctimas, desuñadas, de nuestro amor. A veces le digo: Ven, Willy, vamos al Bodegón de las Cebollas de Schmuh y lloremos allí a moco tendido. Pero hasta el presente nunca ha querido acompañarme. El pobre no conoce el consuelo de las lágrimas."

Un fragmento de "El tambor de holajala", de Günter Grass.

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